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A. Schopenhauer: el arte como 'alivio metafísico'.



Arthur SCHOPENHAUER (1788-1860).
 
Para Arthur Schopenhauer (1788-1860) el arte establece una forma de conocimiento privilegiada, un conocimiento «metafísico» que tiene que ver con la contemplación desinteresada de las ideas (en sentido platónico), es decir, de aquello que es inmodificable e imperecederamente verdadero.

Las ideas son las primeras e inmediatas objetivaciones de la Voluntad, en el sentido de que son especie, arquetipos, esencias universales y genéricas. Las ideas están fuera del espacio y el tiempo y del principio de causalidad en todas sus formas, son eternas e inmutables. Incluso están fuera del alcance del individuo como tal, que sólo puede conocer cosas individuales, objetos que son objetivación inmediata de la voluntad y mediata de las ideas, por ser representaciones.

Los objetos particulares –las cosas y los seres existentes en el espacio y el tiempo- por su multiplicidad y su mutabilidad, no constituyen una objetivación adecuada y plena de la voluntad. Objetivación adecuada y plena lo es solamente la idea. Y la idea no es el objeto del conocimiento, sino sólo lo es del arte, que es obra del genio. (Cfr. Abbagnano, 1978, p.131). 

 
Goce estético Vs pesimismo
La contemplación estética sustrae al hombre de la cadena infinita de las necesidades y los deseos y lo lleva a una satisfacción inmóvil y completa. Esto sucede, porque el individuo es de algún modo anulado como tal al acceder a este tipo de experiencia.
  • "Podemos sustraernos a nuestros pesares, lo mismo con los objetos presentes que con los pasados, pero a condición de elevarnos a su contemplación puramente objetiva y de hacernos así la ilusión de que mientras esos objetos están presentes delante de nosotros, nosotros estamos lejos de ellos. Entonces, desasidos del odioso Yo y convertidos en puros sujetos del conocimiento, nos identificaremos con los objetos y como nuestra miseria les es ajena, ajena se hará para nosotros." (MVR III, §38, p. 34).
Mientras el conocimiento racional, y por consiguiente, la ciencia, están determinados por el principio de individuación, e igualmente también sometidos por las exigencias de la voluntad, el arte es conocimiento libre y desinteresado. Pero, cabe especificar que para Schopenhauer, quien alcanza a contemplar las ideas no es el individuo como tal, sino el sujeto puro de conocimiento, aquel individuo, capaz de desprenderse de la tiranía de la voluntad, el «ojo puro del mundo». Es decir el genio, que es capaz de alcanzar la actitud de contemplación de las ideas en su grado más elevado: «Mientras para el hombre corriente el conocimiento es la linterna que alumbra su camino, para el genio es el sol que ilumina el mundo y se lo descubre». (MVR III, §36, p.25).

A mayor conciencia, mayor dolor. La vida es un negocio que no cubre los gastos. Nuestro mayor delito es haber nacido (Calderón). El pesimismo de Schopenhauer es radical. El fondo de lo real es voluntad insatisfecha. La estructura de toda vida, y en especial del ser humano es esencialmente dolor. La voluntad se manifiesta en todo su poderío en los fenómenos efímeros, y nuestra existencia es uno de ellos.

Por contraste, para Schopenhauer, las características y condiciones subjetivas del goce estético son: emancipación del sometimiento de la voluntad, olvido de sí mismo como individuo y elevación de la conciencia al estado de sujeto puro del conocimiento, colocado fuera de la voluntad del tiempo y de todas las relaciones (MVR III, §38, pp. 34-35). «El conocimiento de lo bello supone dos términos unidos e inseparables, un puro sujeto cognoscitivo y un objeto del conocimiento: la Idea». (MVR III, §42, p. 45).


Caspar David FRIEDRICH. El caminante sobre el mar de nubes (1817–1818).

 

Las diferentes artes nos liberan por un momento de la tiranía de la existencia  
Todo arte es liberador, porque genera placer en términos de que nos permite alejarnos del dolor de la necesidad, al alcanzar un estado de contemplación desinteresada, y una separación del conocimiento de la voluntad. Pero esta liberación es sólo momentánea.
 
De esta manera, el arte, con excepción de la música, es conocimiento de las ideas platónicas y reproducción intuitiva de este conocimiento. Y tal como ya lo hemos señalado al comienzo; por ideas platónicas Schopenhauer entiende las arquetípicas y eternas figuras fundamentales de la naturaleza, no ocurrencias, o representaciones o pensamientos subjetivos; y por conocimiento, no una noción abstracta, lograda por reflexión conceptual, sino una contemplación intuitiva.

Las artes plásticas, a través de la contemplación, llevan ideas a un conocimiento intuitivo, que apacigua la voluntad. Se trata del qué de las cosas, no del porqué, no del principio de razón suficiente, que ocupa el lugar central en las ciencias. El que contempla se pierde en la intuición. Diríamos que se olvida de su yo y del mundo. Es como si todo sufrimiento, todo querer y todo desear se hubieran disipado.

Las artes poéticas intentan conducir con medios lingüísticos a la intuición de las ideas. El poeta pone la fantasía en movimiento induciéndola a que imaginativamente, es decir, a través de metáforas, haga presentes en ella las ideas, sobre todo la idea del ser humano. Los poetas muestran en ejemplos lo que es la vida, lo que es el mundo.

La cúspide de la poesía es la tragedia. Su finalidad es poner ante los ojos la parte terrible de la vida, el dolor sin nombre, los lamentos de la humanidad. La tragedia revela la más íntima esencia metafísica del mundo a través del triunfo de la maldad, a través de la situación desesperada de seres humanos justos o inocentes. Muestra intuitivamente cómo la voluntad, que es la cosa en sí, está escindida dentro de sí misma, por lo cual en el mundo dominan la discordia y la lucha, y el mundo es inmutablemente tal como aparece. Además la tragedia manifiesta de manera intuitiva el conocimiento metafísico de que el yo del individuo, o lo que Schopenhauer llama también principio de individuación, es solamente un engaño. Este conocimiento conduce a que mueran, a que pierdan su poder, los motivos egoístas, los cuales se fundan en un mundo con apariencias de yo, en el mundo como representación.

Esta mirada a la universal esencia metafísica del mundo, sustraída a todas las cosas concretas, opera según Schopenhauer como un profundo aquietamiento de la voluntad. Se produce un cambio del individuo por breves instantes, que apunta a su transformación. Así la tragedia virtualmente es también una llamada a la resignación, una invitación a desprenderse del querer terrible de un mundo en el que dominan la casualidad, el error y la maldad. En el instante de la catástrofe trágica se apodera del espectador la persuasión de que la vida es un sueño del que conviene despertar. (Cfr. Esteban, 2012)

Para Schopenhauer la música ocupa la posición suprema entre todas las artes. No es la copia de una idea, o sea, no es una representación mediata de la voluntad metafísica en el medio de figuras ideales prototípicas, sino que ella ostenta en exclusiva el rango de una reproducción inmediata de la Voluntad metafísica. La música lleva inherente algo metafísico. Ella es en cierto modo una metafísica en tonos. Por tanto, la música, a diferencia de las otras artes, no se dirige al mundo objetivo; su objeto no es la representación, sino que se refiere inmediatamente a la "voluntad no objetiva". No habla de cosas, sino de afectos y sentimientos, de la felicidad y del dolor. En la música habla en forma poderosa y penetrante la esencia misma del mundo. Si las otras artes hablan solamente de sombras, la música, en cambio, habla de la esencia. La música expresa por doquier la quintaesencia de la vida. Desvela las pasiones secretas de la escisión y reconciliación eternamente repetida de la Voluntad.




Por: Rodolfo Wenger C.




Referencias
ABBAGNANO, N. (1978). Historia de la filosofía, tomo III. Barcelona: Editorial Montaner y Simón.
ESTEBAN E., J. E. (2012). “Schopenhauer y el joven Nietzsche: de la metafísica de la voluntad a la metafísica de artista”. En: Revista Pensamiento, vol. 68 (2012), núm. 256, pp. 249-272.
SCHOPENHAUER, A. (1985). El mundo como voluntad y representación. (MVR). Madrid: Ediciones Orbis, 2 volúmenes.

 








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