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La estética epimoderna de "El alma atómica"




"Defino la utopía como perteneciente al orden de lo no-realizable, algo que no impide que se la piense y que se la quiera hacer ser. El pensamiento utópico es muy realista porque se apoya en cosas indiscutiblemente reales, es decir, en los sentimientos, las pasiones, las atracciones, pero sin preocuparse por los medios para hacerlo ser."

"La filosofía consuma la ruptura con los ídolos”
Entrevista con René Schérer (2007) aparecida originalmente en Libération.



En: El Alma atómica. Para una estética de la era nuclear. Una reivindicación apasionada de una nueva moral que asume las paradojas inherentes al siglo XX (Barcelona: Gedisa, 1987), la gnosis cristiana se mezcla con la mística contemporánea, el materialismo de Epicuro y Lucrecio con la estética paradójica de S. Kierkegaard, el alegorismo de Ch. Fourier y Ch. Baudelaire, la estética de W. Benjamin junto con la “estética negativa” de T.W. Adorno. A todo ello habría que agregarle continuas referencias al Zaratustra de Nietzsche, a textos literarios y obras de arte de distintas épocas. 


Por una estética de lo múltiple

En este libro de Guy Hocquenghem (1946 –1988) y René Schérer (1922-  ) publicado originalmente en francés en 1986 (L’Âme atomique. Pour une esthétique d’ère nucléaire. Paris: Albin Michel), lo que se resalta es lo anímico, lo fragmentario, la ocasión, el descalabro que sustrae el alma de sí misma. La sublime voluptuosidad, la geometría visionaria, la alegoría viva que aligera la vida. Se trata de una apuesta por una estética de lo múltiple; una estética que siempre está intentando trascender sus límites, pero también podríamos decir que se trata de una estética materialista, atomística, en el sentido de que se intenta reivindicar el detalle, el fragmento, lo sutil, lo ínfimo.

No se aborda la estética concebida y organizada como medio para perfeccionar al hombre a la manera de F. Schiller en sus Cartas sobre la educación estética del hombre (1795), sino una que posibilite visualizar un “vivir estético”: «Lo propio de ella  no es inspirar nuevas obras (de arte) o nuevas tendencias (de la moda) sino una nueva manera de conducirse frente a la estética, forjar un vivir estético que no sea un vivido estetizado». (AA, p.25). 

A la estética reducida a lo accesorio, a la distracción y a la mala conciencia que deriva de ella, se propone una estética globalizante, que trascienda la moral y la política, la física y la lógica. De esta manera la estética se volvería realización, ¡imperativo vital! «Entregar el alma al mundo es vivirlo estéticamente […]» (AA, p.16).

 
Charles Baudelaire (1821-1867).

El dandismo como actitud vital

Por lo tanto, se reivindica una cierta actitud vital que puede adquirir la forma del dandismo que Baudelaire consideraba como una afirmación heroica del espíritu, una disciplina del alma frente a la marea creciente de la democracia que todo lo invade y todo lo nivela.

Se hace una defensa de  la singularidad, de la necesidad de luchar contra el predominio de la cultura de masas, de la masificación, el conformismo y la  uniformización producida por los medios masivos de comunicación, la publicidad, el consumo sin sentido que trivializan la diferencia, porque la convierten en algo banal.

Porque la diferencia se ha convertido -en nuestra contemporaneidad- en sólo un homenaje a la norma.

La referencia que se hace al esteta dandy en El alma atómica no busca una reivindicación de la frivolidad, sino más bien la «seriedad de lo frívolo». Se trata de rechazar la confusión y la asimilación de las particularidades individuales en la masa gris del conformismo y el consumismo, para evidenciar las excepciones chispeantes, las multitudes de matices, la pluralidad.

Contra el mito eficaz – o con apariencia de eficacia – de la técnica, se contrapone, la utopía y la rebelión estética. La utopía con sus aspiraciones y categorías estéticas –no conceptos- señala en todo momento lo imposible, no lo meramente posible. El arte tiene una fuerza contestataria en función de su poder de difracción con los movimientos artísticos y la extravagancia. Como decía Baudelaire: «Lo bello es siempre extravagante… ¡invertid la proposición, intentad hallar una belleza banal!» (AA, p.23).



El filósofo René Schérer (n. 1922).
 
No se busca ser postmoderno sino epimoderno

En el libro El alma atómica -publicado en 1986, tres años antes de la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de1989- no se considera a la postmodernidad, como un mero diagnóstico o estado de cosas, sino que busca ser asumida con la fuerza del deseo, como aquello que, desde el fondo de la modernidad, se difracta por medio de distintas categorías estéticas que permiten vislumbrar una humanidad en su destino estético.  

Allí las categorías no son tomadas como clasificaciones de objetos ni de conceptos, sino más bien en sentido aristotélico, como aquello que expresa el ser varias veces y de distintas maneras (Pollakôs legetai). No son determinadas a priori, ni son arbitrarias; son más bien históricas, contingentes e indicadoras de los fines últimos, los destinos.

Con ello, no se busca meramente sustituir la modernidad por la postmodernidad, es decir, reemplazar un centro, por otro, sino de alcanzar un descentramiento constante, una difracción permanente y activa. Por eso la estética que se propone no aspira a buscar centros desde la periferia, sino busca permanentemente puntos de atracción desplazados sin cesar, arrastrados por la “atomización” del alma. Las almas de la estética propuesta son como mariposas que se escapan de la “crisálida” de la modernidad. Por eso se prefiere hablar mejor de ser epimodernos en lugar de ser simplemente postmodernos.




Alma-cuerpo-máquina 

El alma no es sino máquina, cuerpos apoderados de sí mismos, y es más que mera máquina y cuerpo. Los prolonga no para someterlos o ponerlos al servicio de la sumisión social, sino para liberarlos de sus restricciones, porque le permite al cuerpo emigrar, flotar alegóricamente hacia las regiones del arte y la filosofía, de la poesía y la infancia.

El alma moderna es ante todo corpórea. Pero no hay que creer que el lenguaje del cuerpo es necesariamente más esclarecedor que el del alma. Se trata de asumir el cuerpo como «campo de intensidades del deseo, superficie de desplazamiento de identidades» (Deleuze).

El lenguaje del deseo maquinista busca escapar del cuerpo sin renunciar a él. Al quedar «vacío de órganos» («cuerpo sin órganos» de Artaud y Deleuze-Guattari), el cuerpo puede ocupar el lugar del alma. Al igual que la máquina liberada de su instrumentalidad, se vuelve alma, despojada de ornamentos superfluos, en su naturaleza fundamentalmente estética,…, ¡ el alma de las máquinas no es moral sino pasional!



Por: Rodolfo Wenger C.




Referencias

Hocquenghem, G. y Schérer, R. (1987). El Alma atómica. Para una estética de la era nuclear. Una reivindicación apasionada de una nueva moral que asume las paradojas inherentes al siglo XX., trad. de Daniel Zadunaisky. Barcelona: Gedisa.

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