La palabra postmodernidad es, en sí misma, osada y hasta utópica, pues debemos tener en cuenta que lo ‘moderno’ significa etimológicamente ‘al modo de hoy’ (modus hoierdnus), y que históricamente se comenzó a usar a finales del siglo V para distinguir el presente que se había convertido oficialmente en cristiano, del pasado romano y pagano. Por esto, “postmoderno” vendría a significar “al modo que vendrá después de hoy”, y por ello implica un distanciamiento de la modernidad, de lo que se considera actual en un sentido histórico.
(Museo Guggenheim de Bilbao. Arq. Frank O. Gehry) |
Pero conceptualmente, el filósofo, el escritor o el artista postmodernos no buscan necesariamente distanciarse de su presente, de su actualidad, sino más intentan rebelarse contra las funciones normativas de la tradición e intentan liberarse de todos los vínculos históricos específicos y de las reglas preestablecidas hasta el día de hoy por el proyecto de la modernidad que comenzó a gestarse en Occidente desde el siglo XV.
Más específicamente, la Postmodernidad sería en este sentido una evaluación crítica del “proyecto de la Modernidad” (de sus creencias, esperanzas, razones y gustos) –desarrollado e instaurado en la cultura occidental a partir del Renacimiento– una acusación de fracaso y, por lo tanto, rechazo del mismo, y un intento de sugerencias que lo reemplacen.
Si definimos la Modernidad como lo hace Habermas, al afirmar que:
El proyecto de la modernidad formulado en el siglo XVIII por los filósofos de la ilustración consistía en sus esfuerzos por desarrollar la ciencia objetiva, la moralidad y la ley universales, y el arte autónomo, de acuerdo con su lógica interna. Al mismo tiempo este proyecto pretendía liberar los potenciales cognitivos de cada uno de estos dominios para emanciparlos de sus formas esotéricas. Los filósofos de la Ilustración quisieron utilizar esta acumulación de cultura especializada para el enriquecimiento de la vida cotidiana, es decir, para la organización racional de la vida social de cada día.[1]
La condición postmoderna vendría a significar por oposición a la modernidad el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a las reglas del juego de la ciencia, de la literatura y de las artes que han imperado durante los tres últimos siglos.
La Postmodernidad esta así ligada a la pérdida de confianza en la razón, tan sobredimensionada por la Modernidad, y le señala dónde están sus límites y su autoengaño. Esto implica un planteamiento radical y una relativización de la cultura occidental moderna, en tanto el pensamiento postmoderno se plantea a sí mismo como un pensamiento situacionista y perspectivista.
Lo que los artistas o filósofos postmodernos tienen en común es el desconstruccionismo de ideas y teorías, la ruptura de la jerarquía de los conocimientos y de los valores, el menosprecio por lo que contribuye a la formación de sentido, la desvalorización de lo que constituye un paradigma o un modelo, y la valoración, en cambio, de lo fragmentario y local y su énfasis en la subjetividad y en la experiencia estética.
Siguiendo a Albrecht Wellmer en su texto Sobre la dialéctica de la modernidad y postmodernidad:
La palabra “post” forma parte de una red de conceptos y forma de pensamiento “postísticas” –sociedad post-industrial, post-estructuralismo, post-empirismo, post-racionalismo- en los que al parecer trata de articularse la conciencia de hallarse en el umbral de una época cuyos contornos son aún confusos, poco claros y ambiguos, pero cuya experiencia central sin embargo –la muerte de la razón- parece apuntar al final definitivo de un proyecto histórico: al proyecto de la modernidad, el proyecto de la Ilustración europea, o incluso, por último, el proyecto de la civilización greco-occidental.[2]
De esta manera la principal característica de la postmodernidad es la ‘deconstrucción’ (unmaking) de la episteme moderna en el que la razón y su sujeto –como detentador de la ‘unidad’ y la ‘totalidad’- vuelan en pedazos, entendida aquí el término episteme en su sentido foucaulteano: como modo de ser del pensamiento que varía históricamente. Se trata en palabras de Jean Braudrillard de “… un proceso colosal de perdida del sentido que ha llevado a la destrucción de todas las historias, referencias y finalidades”.
El caso del arte es bien revelador en este sentido, porque de alguna manera este proceso de destrucción o de-construcción del cogito cartesiano y de la razón totalizadora, se inició de manera embrionaria desde comienzos del siglo XX con los ready-mades de Duchamp, el dadaísmo, los collages de Hans Arp, las máquinas autodestructivas de Jean Tinguely además de otras propuestas conceptuales en el arte.
(Jean Tinguely, El cíclope, 1970) |
Pero también hay que tener en cuenta que el movimiento contra la razón totalizadora y su sujeto lo es al mismo tiempo contra la obra de arte autónoma y su pretensión de unidad y plenitud de sentido; de ahí que el concepto mismo de arte se ve cuestionado en la postmodernidad, porque por un lado no se puede establecer una diferenciación nítida entre una esfera específica del arte apartada del sistema técnico, político o científico, y por otro, porque se considera que el arte contemporáneo se ha adentrado en un arte post-histórico, en el sentido de que ya no se trata de asumir el quehacer artístico como una novedad que establezca una ruptura con el pasado, de acuerdo con un relato legitimador del arte, a la manera de la modernidad caracterizada por las vanguardias de comienzos y mediados del siglo XX.
En términos estéticos amplios la postmodernidad podría caracterizarse, entre otros aspectos por los siguientes: la desaparición de la profundidad y el predominio de lo visual; la anulación de la historia y lo temporal como dimensiones dominantes; el descentramiento del yo; la disolución del afecto y su reemplazo por un régimen de intensidades; el juego infinito de los significantes y la superabundancia de la imagen, opuestos a la celebración moderna del signo.
Además, existen otros temas postmodernos que abren las prácticas estéticas al análisis político, tales como el privilegio de la pluralidad y la multiplicidad estilística, la apropiación irónica del pasado y de la historia en general, la construcción dinámica de las identidades, y el descubrimiento del Otro, de múltiples sujetos que se redefinen (minorías étnicas, culturales y de género) [3].
(Jeff Koons, Pink panter, 1988) |
De acuerdo con esto, podría afirmarse que lo más valioso que haya aportado la Postmodernidad sean dos contribuciones básicas: por un lado, su “sensibilidad cuestionadora y crítica” ante las grandes y más significativas propuestas no realizadas de la Modernidad [4], propuestas que han generado el deseo de ir más allá de la situación actual; y, por el otro, el concepto de “verdad pluralista”, o si se quiere perspectivista, en el sentido de que la realidad es inconmensurable e inagotablemente rica y su ser último desborda todo pensamiento humano; de tal manera, que no habría teoría o explicación que agotara la realidad, es decir, la riqueza y potencialidad significativa que puede captar en ella la mente humana, ante la cual la actitud y pretensión objetivadora y dominadora de la razón técnica luce como una idolatría frente a una razón sensible cercana a las lógicas propias del arte contemporáneo.
Por Rodolfo Wenger C.
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[1] Vid. HABERMAS, Jürgen. El discurso filosófico de la modernidad. Buenos Aires: Taurus, 1989.
[2] Albrecht Wellmer, Sobre la dialéctica de modernidad y postmodernidad. La crítica de la razón después de Adorno. Madrid, Visor, 1993. p.53
[3] Cfr. RINCÓN, Carlos. “El incontenible ascenso de lo postmoderno”, en: La no simultaneidad de lo simultaneo. Postmodernidad, globalización y culturas en América Latina. Bogotá: Universidad Nacional, 1995.
[4] Aquí podemos apelar a Lyotard, en tanto la postmodernidad puede ser considerado como la crisis de los ‘metarrelatos’ que han marcado la modernidad Vid. LYOTARD, Jean-François. La postmodernidad (explicada a los niños). Barcelona: Gedisa, 1995. p.29.